Cuando me propusieron escribir sobre una de las familias de más rancio abolengo de mi ciudad, acepté encantada. Ya que sus ancestros habrían tomado parte en los acontecimientos más diversos de nuestra historia, no sería muy difícil investigar y la información brotaría por todo tipo de legajos y libros…
Me advirtieron que sus parientes eran de lo más variopinto, y que entre ellos encontraría personajes ricos, pijos, libertinos y otros tantos buscavidas… Que su palacio era “la casa de tócame roque”, siempre con la puerta abierta y llena de gente pues todo el mundo era invitado. Nunca faltaba comida ni bebida, siempre desfilaban camareros sirviendo ciertos manjares. Además no había toque de queda en tan ilustre hogar, ya que gustaba mucho la vida nocturna, y las reuniones en el patio a la luz de la luna…
Dame, dame la dirección por favor. Quiero ir esta misma noche. Es luna llena y así podré entrevistarlos a todos juntos. “Calle Museo, nº 9. No tiene pérdida. Tiene dos alturas y en la puerta hay unos azulejos que datan de 1904 donde explica quiénes viven allí.”
Y así, me puse mis mejores galas y me dispuse a entrar en una de sus fiestas… En efecto, pronto encontré la casa, y aunque está en una calle estrecha, puedes observarla entera de un solo vistazo. En la fachada una inscripción en valenciano dice: “A la memoria dels cuatre gats que quedaren al Barri del Carme l’any MXCIV. Mai se les va a sentir un mia mes alt que altre”. (Traducción: “A la memoria de los cuatro gatos que quedaron en el Barrio del Carmen en el año 1904. Nunca se les va a oir un miau más alto que el otro”).
La puerta de la casa con su magnífico arco de piedra, los preciosos ventanales con sus cortinitas, y su mayordomo Charlot asomándose. Las tejas de brillante cerámica y la fuente junto a la tapia del jardín… Un edificio realmente bello, obra del “arquitecto” y escultor Alfonso Yuste, vecino además de este barrio.
Pero habían olvidado contarme un pequeño detalle. La casa es pequeña, es una casa para gatos y la ilustre familia a la que yo quería entrevistar era… ¡la gran familia gatuna de Valencia! Qué rabia, no podía entrar por la puerta… y encima, no llevaba yo ese día en el bolsillo mi trocito de pastel empequeñecedor del cuento de Alicia…
¡Si es que no se puede salir de casa tan mal preparada! Pronto salieron a recibirme gatos y más gatos. Maullaban y hablaban a la vez, pero nos entendíamos pues ninguno dijo un miau más altisonante que otro, por respeto a sus antepasados.
Don Crespín, algo malhumorado, me confundió con una vendedora de libros o enciclopedias y me espetó: “¡Aquí no se lee!” Pero Don Facundo, gentil y elegante, no reparó en solemnes gestos de recibimiento: “Es un honor que venga usted a nuestra humilde morada. Queremos que todo el mundo conozca nuestra casa…” Doña Gilda: “Que pasen por aquí los turistas y nos dejen chucherías en la puerta… Pase, pase, intente entrar, agache la cabeza…” Lo siento, no quepo… y la generosa doña Blanca mostrándome un bote lleno de bolas secas: “Si gusta de una galletita…” No gracias, ya he cenado.
Y poco a poco, fuimos conversando en la misma calle. Su árbol genealógico es muy, muy ancestral. Ya acompañaron a los fenicios, a los romanos, y sobre todo a los árabes que los veneraban. Dice una leyenda que Mahoma tenía una gata llamada Muezza que le había salvado de la picadura de una serpiente. Quedose dormida a su lado, y él cortó un trozo de su capa para no despertarla. Así, cuando el Cid entró en Valencia, encontró más gatos que personas…
En tiempos de la guerra civil lo pasaron mal, no encontraban casi comida, y algunos fueron incluso cazados y puestos en el plato. Pero en general, son muy queridos, y los vecinos desfilan como camareros con fiambreras llenas de bolas y sobras…
Al amanecer nos fuimos despidiendo. Algunos se quedaron, pues viven allí siempre. Otros, corrieron a sus casas. Habían pasado la noche en busca de amores y aventuras y ahora volvían a sus balcones o terrazas, y se echaban en sus camas como si nada. Quizá alguno/a sea el tuyo/a, y tú no sepas de sus golferías… No te extrañe entonces, ver esa sonrisita en su cara…
Me advirtieron que sus parientes eran de lo más variopinto, y que entre ellos encontraría personajes ricos, pijos, libertinos y otros tantos buscavidas… Que su palacio era “la casa de tócame roque”, siempre con la puerta abierta y llena de gente pues todo el mundo era invitado. Nunca faltaba comida ni bebida, siempre desfilaban camareros sirviendo ciertos manjares. Además no había toque de queda en tan ilustre hogar, ya que gustaba mucho la vida nocturna, y las reuniones en el patio a la luz de la luna…
Dame, dame la dirección por favor. Quiero ir esta misma noche. Es luna llena y así podré entrevistarlos a todos juntos. “Calle Museo, nº 9. No tiene pérdida. Tiene dos alturas y en la puerta hay unos azulejos que datan de 1904 donde explica quiénes viven allí.”
Y así, me puse mis mejores galas y me dispuse a entrar en una de sus fiestas… En efecto, pronto encontré la casa, y aunque está en una calle estrecha, puedes observarla entera de un solo vistazo. En la fachada una inscripción en valenciano dice: “A la memoria dels cuatre gats que quedaren al Barri del Carme l’any MXCIV. Mai se les va a sentir un mia mes alt que altre”. (Traducción: “A la memoria de los cuatro gatos que quedaron en el Barrio del Carmen en el año 1904. Nunca se les va a oir un miau más alto que el otro”).
La puerta de la casa con su magnífico arco de piedra, los preciosos ventanales con sus cortinitas, y su mayordomo Charlot asomándose. Las tejas de brillante cerámica y la fuente junto a la tapia del jardín… Un edificio realmente bello, obra del “arquitecto” y escultor Alfonso Yuste, vecino además de este barrio.
Pero habían olvidado contarme un pequeño detalle. La casa es pequeña, es una casa para gatos y la ilustre familia a la que yo quería entrevistar era… ¡la gran familia gatuna de Valencia! Qué rabia, no podía entrar por la puerta… y encima, no llevaba yo ese día en el bolsillo mi trocito de pastel empequeñecedor del cuento de Alicia…
¡Si es que no se puede salir de casa tan mal preparada! Pronto salieron a recibirme gatos y más gatos. Maullaban y hablaban a la vez, pero nos entendíamos pues ninguno dijo un miau más altisonante que otro, por respeto a sus antepasados.
Don Crespín, algo malhumorado, me confundió con una vendedora de libros o enciclopedias y me espetó: “¡Aquí no se lee!” Pero Don Facundo, gentil y elegante, no reparó en solemnes gestos de recibimiento: “Es un honor que venga usted a nuestra humilde morada. Queremos que todo el mundo conozca nuestra casa…” Doña Gilda: “Que pasen por aquí los turistas y nos dejen chucherías en la puerta… Pase, pase, intente entrar, agache la cabeza…” Lo siento, no quepo… y la generosa doña Blanca mostrándome un bote lleno de bolas secas: “Si gusta de una galletita…” No gracias, ya he cenado.
Y poco a poco, fuimos conversando en la misma calle. Su árbol genealógico es muy, muy ancestral. Ya acompañaron a los fenicios, a los romanos, y sobre todo a los árabes que los veneraban. Dice una leyenda que Mahoma tenía una gata llamada Muezza que le había salvado de la picadura de una serpiente. Quedose dormida a su lado, y él cortó un trozo de su capa para no despertarla. Así, cuando el Cid entró en Valencia, encontró más gatos que personas…
En tiempos de la guerra civil lo pasaron mal, no encontraban casi comida, y algunos fueron incluso cazados y puestos en el plato. Pero en general, son muy queridos, y los vecinos desfilan como camareros con fiambreras llenas de bolas y sobras…
Al amanecer nos fuimos despidiendo. Algunos se quedaron, pues viven allí siempre. Otros, corrieron a sus casas. Habían pasado la noche en busca de amores y aventuras y ahora volvían a sus balcones o terrazas, y se echaban en sus camas como si nada. Quizá alguno/a sea el tuyo/a, y tú no sepas de sus golferías… No te extrañe entonces, ver esa sonrisita en su cara…